SOBRE LAS REVOLUCIONES DE LOS ORBES CELESTES
Ponte a girar y salta, porque lo que hace falta
aquí en nuestro nichito repelente, sin remedio ni cura,
remedo de cultura, en nuestra sub-cultura del
sub-occidente, es que llegue un pequeño sacerdote polaco,
un médico polaco, un ancianito astrónomo
polaco, aquí a nuestro nichito, y con un puntapié bien colocado
lo ponga en un estado
que lo calme y lo rete, que lo enferme y lo sane, lo vuelva un
poco engrane y un poco
rehilete: que inicie un tumultito, Nicolás, una revolución
que explique las
que tome en cuanta las
que nos enfrente a las
r e v o l u c i o n e s (aunque sea de los orbes
celestes) y nos gire instrucciones entre giros agrestes,
girando a tropezones, y le grite a la cara
tan dura y arrugada
de esta mi sub-cultura: Que nada: Ni tú ni tu consciencia
son el centro de nada, son funciones de un sol mucho más
grande (que se levante y ande), que sin saberlo tu consciencia gira
en torno a él: diariamente lo mira
ponerse por la tarde detrás del horizonte
como se pone un huevo, rinoceronte gigantesco y ciego,
y salir nuevamente por el este, por el orbe celeste,
como brotan las rosas, como salen las cosas
cuando todo va bien. Lo ve una vez y dos
y lo ve cien. Se considera bella (tu consciencia).
Poniéndose lo ve
y en su inconsciencia cree
que en torno a ella es él (el sol) quien gira. Pero no. Pero sí.
Poniéndose lo mira
y a sí misma se admira
de su propia grandeza. Pues cree que to-
do el universo gi-
ra en torno a su cabeza. Sólo gira este verso, mira: Qué belleza.