H. L. MENCKEN



CUATRO ENSAYOS (TRADUCCIÓN DE DIEGO OLAVARRÍA)



EL PARIENTE


La muy normal antipatía que el hombre profiere a sus parientes –en particular, a aquellos de segundo grado– suele recibir explicaciones improbables y tortuosas de parte de los sicólogos. La verdadera explicación, creo yo, es mucho más sencilla y recae en el simple hecho de que todo hombre ve en sus parientes, particularmente en sus primos, una grotesca serie de caricaturas de sí mismo, las cuales exhiben sus cualidades de forma aumentada o disminuida. Esto llena al hombre de una inquietante sensación de que esta imagen es, tal vez, la que le presenta al mundo. Esto, además de herir su amor propio, le resulta intensamente incómodo.


EL HOMBRE DE NEGOCIOS


Existe un instinto muy válido que nos lleva a relegar los negocios al más bajo de los escalafones profesionales, y esto le ocasiona al hombre de negocios una sensación de inferioridad social que no logra sacudirse, ni siquiera en los Estados Unidos de América. De hecho, el hombre de negocios acepta resignadamente este supuesto de inferioridad, aun cuando llegue a protestar contra él. El hombre de negocios es el único, además del verdugo y el pepenador de basura, que vive pidiendo disculpas por su trabajo. La suya es la única profesión en la que, una vez logrado el objetivo de los esfuerzos –es decir, la obtención de grandes sumas de dinero–, se argumenta que este no era el objetivo primordial del trabajo.


EL HOMBRE DE FAMILIA


Nos encontramos una y otra vez con malos escritores que defienden sus folletines dominicales y sus novelas animadas a partir del argumento de que tienen una esposa, y que por honor están obligados a mantenerla. He visto a algunas de estas esposas, y me parece que la obligación es disputable… En cuanto a los subproductos biológicos de la fidelidad, les otorgo una calificación incluso menor. Muéstrenme 100 niños ordinarios que valgan lo que El corazón de las tinieblas, y me retractaré. En cuanto a Lord Jim, no lo cambiaría por todos los escuincles nacidos en Trenton, Nueva Jersey, desde la guerra con España.


EL BUEN HOMBRE


El hombre, en el mejor de los casos, es como un animal al que le falta un pulmón. Nunca es total ni perfecto de la  misma forma en que, digamos, una cucaracha es perfecta. Si muestra una cualidad valiosa, es casi un hecho que será la única. Si tiene cerebro, es porque la falta corazón. Si tiene un corazón con capacidad de un galón, su cabeza tiene espacio apenas para una pinta. El artista, en nueve de cada diez casos, es un inútil que se deleita corrompiendo vírgenes, o mujeres que dicen serlo. El patriota es un fanático y, en la mayor parte de los casos, un tipo vil y timorato. El valiente está generalmente a la misma altura intelectual que un predicador bautista. El gran intelectual tiene problemas de riñones, además de que es incapaz de meter un hilo por el ojo de una aguja. En todos mis años de búsqueda por el mundo, desde el Golden Gate en el Oeste hasta el río Vístula en el Este, desde las Islas Orcadas en el Norte hasta la Nueva España en el Sur, jamás conocí a un hombre íntegramente moral que fuera a su vez honorable.