ANTONIO SONORA



IDENTIDAD 

Ninguna ciudad cuenta con un mapa de sí misma. No hay tiendas, ayuntamientos, oficinas de turismo que ofrezcan una publicación donde los ciudadanos puedan ver la fiel localización de sus plazas, calles, jardines y cementerios. En cambio, proliferan detallados mapas de otras ciudades lejanas, las más de las veces inalcanzables. 

Una interpretación de esta regla dice que el verdadero mapa de la ciudad se lleva en el corazón de cada hombre que la habita, por ello para todos es única y distinta: la ciudad se transforma en los ojos de quien la mira y la recorre. El mapa de la ciudad debe ser una hoja en blanco o, al menos, una página lista para escribir sobre ella y hacer que los lugares aparezcan. 




LÍNEAS 

Las líneas de una mano pensaron que sería maravilloso escapar de la palma y confundirse en el mundo. Una de las más profundas brincó en la playa y se convirtió en un trazo del agua, en la marca de un barco, en la cicatriz de un pescador. Otra, larga y casi invisible, gustó de cubrir los cristales desde donde la gente mira caer la lluvia, las sábanas de los dormitorios, las arrugas que deja el insomnio. 

Algunas más, innumerables y pequeñas, salieron a las calles y cubrieron las aceras, los parquímetros durmientes, los puentes donde camina la tarde. Algunas, crueles y violentas, fueron una línea de sangre, la frase final de una nota suicida, la sombra en el rostro de un asesino. 

Cuando el hombre abrió sus manos, vio que en ellas no había marcas. Antes de que pudiera gritar de espanto, una línea furtiva le cubrió los labios con un hilo de silencio.