PABLO MATA OLAY


EL ARTISTA


De pie, en solitario, el actor espera el momento inminente para representar el papel de su vida.
Justo en este momento de concentración absoluta, el actor recuerda todos los obstáculos que debió vencer para llegar a este lugar.
Este lugar, oscuro y frío. Cuántas historias no han ocurrido aquí. El actor respira su aire casi sagrado: desde seres anónimos y grises hasta las más consagradas estrellas han pisado este lugar. Qué orgullo. Qué responsabilidad.
Aspira, exhala. Recuerda sus líneas. La intención, el color, el tono, la naturalidad. Todo lo sabe, todo lo domina. Y sin embargo, tiene miedo.
Porque el público es famoso por su altivez, su certeza de que puede desechar a cualquier impostor. El actor sabe de otros que por una duda, un traspié, han causado una revuelta.
La espera es desgastante. Piensa sus líneas otra vez. Recrea en su mente el recorrido por el escenario. En teoría es fácil, pero nada está escrito.
Sus líneas, sus líneas. Las talla en su cabeza, las hace su bastón, su fortaleza. No es nadie sin sus líneas. Se lo dijo quien lo introdujo a este mundo: “nunca olvides”.
De pronto, el estruendo. No hay marcha atrás: por unos instantes, no existirá más que él y su público. El telón frío se abre justo frente a él.
El actor toma aire, da un paso y sonríe. Con voz firme, pasos seguros y una gran sonrisa, suelta sus líneas:

― Dama, caballero, le traigo a la venta el CD MP3, cien grandes éxitos de lo mejor de la cumbia y la salsa…