GRACIELA ROMERO



EL MEJOR DE LOS VERDES POSIBLES


Un libro de cuentos es un cuento, es un cuento, es un cuento, hasta que uno de sus personajes decide mudarse a una novela; se lleva las historias que habitó como quien carga con su equipaje para amueblar su presente e ir construyendo desde ese nuevo hogar su futuro. 

Hace casi 15 años años, Cristina Rivera Garza escribió el libro de cuentos La guerra no importa (ganador del Premio nacional de Cuento San Luis Potosí en 1987), pero importa lo demás, importan quienes lucharon, y Xian, personaje de aquellos textos, salió de ahí para seguir su vida, empezar una nueva o continuar la de otro en Verde Shanghai (Tusquets, 2011).

Sin embargo, este es el libro de Marina, una mujer que es su propio personaje, que vive sólo su vida junto a su esposo, en su ciudad, que es su origen y su destino, hasta que tras un accidente automovilístico, que emocionalmente es un choque contra ella misma, descubre, tal vez recuerda o inventa o le inventan, que también es Xian.

Así como Marina es Marina y es Xian, esta novela, que va de los recuerdos vagos de los personajes a los datos duros de la historia, es además otros textos, desde las notas periodísticas (en el capítulo titulado “Noticias intrascendentes”) y los recuerdos del pueblo chino asentado en el país, escapando de su historia para comenzar otra no menos difícil, hasta los cuentos de La guerra no importa, en los que Marina va encontrando la vida de Xian, su propia vida, su otra vida, su yotro, pasando incluso por los encuentros de la escritora, que es también personaje, con los habitantes de su narración.

Quien lee Verde Shanghai se aventura a una persecusión. Habiéndola descubierto tras el accidente y en sus historias, en lo que le cuentan otros personajes, en el café de chinos que da nombre a la novela, Marina persigue a Xian queriendo atraparla para encontrarse, mientras el lector va a su vez persiguiendo a Marina entre las páginas, deseando develar su historia, saber quién es, quién debió ser, de qué clase de abandono huía que terminó por abandonarse a sí misma.

«Supongo que nosotros también formamos parte de esa raza que ha perdido la guerra. Supongo que tampoco importa. Pero anonada», se lee en uno de los cuentos que se leen en la novela, y como anonada, hay que seguir persiguiendo a Marina, hay que aclarar esto, hay que saber.

Ya en la última sección de la novela se lee el título “Andamos perras, andamos diablas”, que bien puede ser una advertencia tardía de qué clase de personajes enfrentará el lector. Enfrentarlos, sí, como quizá Cristina Rivera Garza tuvo que enfrentar a Xian después de La guerra no importa. Enfrentarlos porque son personajes que, aunque algunos huyen, no se esconden, y para los que el sexo, por ejemplo, ya no es refugio sino salida; personajes que aun enredados en su propia locura cotidiana quieren conocer su historia y que ésta se sepa, que quieren ser al fin lo que tengan que ser, así no existan, así se mueran.

Después de leer Verde Shanghai será difícil acudir a un café de chinos sin preguntarse si alguien ahí estará viviendo la vida de la que uno escapó. O, más allá, sin preguntarse si uno puede realmente escapar, si uno es quien es, pero también alguien más con el que eventualmente, y «uno nunca sabe qué sucede después», se encontrará.