HERSON BARONA




INVENTARIO DE AUSENCIAS



El casi proverbial fragmento de Heráclito dice que no se puede entrar dos veces en el mismo río; a contrapelo, esta novela se desarrolla bajo la intuición de que lo imposible es salir de ese río (un río de mierda que nos revuelca y ahoga en su porquería).

Hundida en el tedio de la cotidianidad, la vida de Genaro, el narrador, transcurre sin sobresaltos, sin motivos. Su madre era una mala pintora con problemas de visión. Cuando accedió a hacerse unos lentes pudo ver finalmente sus obras como realmente eran y entró en crisis, destruyó la mayoría de ellas y nunca más volvió a pintar. Consiguió una pistola con la que se paseaba diciendo que era una artista a todo el que se le acercara. Ella se mató y no dejó nada tras de sí. Entonces Genaro se da a la tarea de buscar alguna pintura de su madre como sobrevivencia, como vestigio de que alguna vez existió. “Mi padre se va a morir —dice Genaro— y luego yo y luego mi hermana y ya nadie recordará jamás que Maribel Balbuena fue una pésima pintora”. Guiada más por la inercia que por la voluntad, la búsqueda es, al mismo tiempo, una revisión de la vida de Genaro, las aristas en las que se disgrega la narración: su trabajo, que detesta; sus pasiones (la literatura, que abandonó, y el futbol, que, a falta de cualquier tipo de experiencia significativa, termina por convertirse en lo único importante) y su relación con las personas cercanas a él (una amante, su hermana, su mejor amigo y su padre), que no son más que extraños a los que frecuenta. Finalmente, este recorrido no es otra cosa que un inventario de ausencias.

Sin embargo, la muerte de la madre —si bien es el motor de la narración— es simplemente un hecho que se asume sin dramatismo, con un poco de frialdad incluso, como se puede ver desde la primera línea: “Me gusta la historia del suicidio de mi madre”. En este sentido, Balas en los ojos (Ediciones B, 2011), la primera novela de Gabriel Rodríguez Liceaga, pertenece a ese tipo de literatura que, al comenzar por el clímax, muestra sus cartas y trabaja con otro tipo de pacto con el lector. Se trata de un ejercicio de honestidad narrativa más que de artificio. Imposible no ver los vasos comunicantes con otra novela ineludible: El extranjero, de Camus, en cuyo inicio se lee: “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé”. Mas no hay que confundir el existencialismo de ésta con el desencanto, la apatía y el humor negro con el que está cargada aquélla, que la hace guardar cierto parentesco con las voces de Fadanelli y Fernando Vallejo.

Los breves capítulos de Balas en los ojos se suceden sin tropiezos en un tono que no intenta moralizar ni hallarle sentido a la experiencia. La madre ha muerto y ante eso no hay nada que hacer, pero tampoco hay nada que aprender. Llevamos ya mucho tiempo ensuciándonos en el mismo río con todos nuestros muertos, es por eso que “tal vez a los humanos nos estorba la memoria”.