JULIÁN HERBERT



VOLVERÉ A LA BESA DE BLACKJACK
(UN POCO DE MARKETING PARA BALADAS CURSIS)


Soy un pájaro muerto en el árbol más seco de mi generación. ¿Sabes por qué? Porque yo me emociono. Me gusta Nick Drake, beso mi camiseta de fut, bailo como un gorila, lloro hasta en los téibols, odio a Moderatto, cito pasajes de Julien Sorel a la menor provocación. Eso es desastroso para cualquier fan de Bret Easton Ellis, eso es temerario en este andén psicosomático poblado de pop freaks y muchachas heladas vistas a través del cristal retro de la intoxicación. Tal vez ahí reside el último gran escondite del macho macho man: la emoción ha dejado de ser masculina. Eso déjalo para nuestros ángeles de Charlie (no Farrah sino Drew), eso ya es cosa de bonitas prestigiadas y muy cultas, parecen decir mis amigos-artistas-conceptuales mientras disfrutan la "Nalguita" de Plastilina Mosh: nosotros los meros hombres ahora somos cool.
But I´m not cool, aunque lo intento a veces (con más accidentes que retórica): yo soy un hombre sincero de donde crece la palma.
En este afán por desmitificarlo todo, cada vez nos importa menos estar detrás del micrófono: preferimos ser quien hace los disparos. Antes deseábamos parecernos a JFK o a uno de los Rolling, ahora nuestros ídolos son Lee Harvey Oswald y el cabrón que le apuntaba a Jagger en Altamont. Por eso cuando me hablan del bar Mink y su decoración minimalista, o de Gabriel Orozco (cuando me cojo al presidente con un hueso de ballena no conozco), o de bebidas de diseño, o de la muerte del rock, o de que pop mata poesía, yo pienso ay no: ahí viene el mamón de la pistola.
Escribo esto para bajar de peso: estoy gordo de miedo, encerrado en mi puntual desamor y desapego, en mi muy particular manera de ser emocionadamente cool, abandonador de proyectos felices, pájaro muerto: anoche mi segunda ex mujer soñó conmigo y amaneció deveras tristísima hoy.
¿Has visto esos juegos de blackjack que transmiten en vivo por el ESPN?... Al principio me parecían horrendos, pero ahora los veo con un ojo en el triunfo y otro en la zozobra. A veces lloro un poco frente a las caras sudorosas de los tahúres derrotados. (Ese domingo me hospedé en un hotel que daba a Paseo de la Reforma; mientras el juego transcurría, yo me despegaba de vez en cuando de la tele y veía por la ventana marchar huestes espectrales de indignados.) O salto eufórico sobre la cama de alquiler: color mata número y Larry Desmond triunfa en la mano final. No me preguntes qué es: nunca he podido entender cómo se juega al blackjack. Sólo escojo a un jugador por la expresión de su rostro y le soy fiel hasta que vence a la banca o le cambia la cara o le quitan la camisa. No me preguntes qué es: no conozco otra manera de vivir el ancho mundo del deporte.
Escribo esto porque mi tórax se desinfla. Mi cabeza se desinfla. Mis manos se desinflan. Sólo mi verga permanece azorada y rígida y se estremece como un pez beta en una pecera solitaria. La sangre me fluye en estos días plácidamente rápida hacia la zona lúcida.  Debería dejarme de moralidades y buscar una dulce borrachita con quien sudar el último timbre del verano.
Dame más fichas, bro: estoy listo para volver a la mesa de blackjack.